Polígono Sur - Sevilla
Durante el trasiego de nuestro día a día, de nuestras actividades cotidianas, de las entradas y salidas con los amigos o con la familia, en nuestro ir y venir, el tiempo pasa ante nosotros sin apenas darnos cuenta. Avanzamos poco a poco por un camino, del cual conocemos su comienzo pero no su fin. Marchamos con una venda en los ojos que nos impide ver multitud de cosas, algunas que nos gustan pero otras muchas que no. De vez en cuando, nos alzamos levemente esa venda cuando vemos y escuchamos en la televisión situaciones y testimonios de algunas personas. Testimonios en muchos casos crueles, dolorosos e inexplicables que nos conmueven y nos crean impotencia pero que a los cinco minutos… se nos han olvidado. Nos bajamos la venda y seguimos caminando tan convencidos de que nosotros no tenemos por qué hacer nada por ellos.
Pues bien, es uno de esos momentos en los que yo alzo levemente mi venda y miro hacia un lado y otro, cuando me doy cuenta de que no todo es tan bonito como yo creía. De que no todo el mundo, al contrario de mi, podía decir que era feliz y afortunado en la vida y cuando digo afortunado, deshecho totalmente connotaciones económicas o materiales, simplemente me refiero a sentirse querido, protegido y formar parte de una familia. Justo en ese momento en el que me encontraba, salieron los campamentos de trabajo y sin quererlo mi atención se fue directamente al Polígono Sur de Sevilla, conocido coloquialmente como “las 3000”. Y… ¿qué me mejor lugar que este para vivir experiencias jamás pensadas, conocerme a mi misma y saber qué soy capaz de dar y de recibir? Gracias a esto, hoy día puedo contar mi experiencia no por cosas que escucho y veo en la tele o que la gente dice, sino que lo hago poniendo caras, nombres, vivencias y sentimientos a cada una de mis palabras.
Al principio cuando llegue, no lo voy a negar, sentí miedo. Miedo por no saber afrontar ciertas situaciones, miedo por juzgar antes de conocer y que esos prejuicios no me permitiesen disfrutar de la experiencia. Pero fue suficiente un solo un día para dejar a un lado mis miedos e inseguridades y abrir mi mente y corazón a esos niños. Soy incapaz de plasmar con palabras, cómo día a día te olvidas de donde y con quién estas, no te importa ni piensas en nada, simplemente disfrutas. Disfrutas con una mirada, con una sonrisa, con un “te quiero maestra”, con un “no sus vayáis”. Cada día para mí era una superación constante ya que sentía que nunca les daba a los niños lo mismo que yo recibía de ellos. Por mucho que yo les entregaba, ellos te hacían sentir tan feliz, tan llena de paz y de vida… Cuando quise darme cuenta, habían pasado dos semanas, ¡tan solo dos semanas! y parecía que llevaba allí toda mi vida… La despedida en la mayoría de los casos fue dura y triste pero la mía no, ya que para mí no fue un final de una experiencia sino el comienzo de muchas más y un… ¿Y AHORA QUÉ?
No hay día que pase en el que no acuerde de alguno de los niños, de las familias, de mis compañeras… Esta experiencia me ha ayudado a valorar más lo que tengo y a cuidarlo mejor, a apreciar cosas a simple vista insignificantes pero en el fondo cargadas de valor y a darme cuenta de que en la vida lo que verdaderamente perdura son los actos realizados desde y con el corazón. Para mí esta experiencia ha sido lo mejor y más bonito que he hecho y me volvería a ir una y otra vez sin dudarlo.
En esos días una gran persona me dijo “dicen que la realidad supera la ficción ¿no?”. Puedo decir que así mismo es. Para finalizar, solo pretendo con este relato animar a aquellas personas que están indecisas y les da miedo descubrir a que lo hagan, ya que no solo te ayuda a formarte y crecer como persona sino también como maestros/as que seremos en un futuro.
Susana Sánchez Salazar
Pues bien, es uno de esos momentos en los que yo alzo levemente mi venda y miro hacia un lado y otro, cuando me doy cuenta de que no todo es tan bonito como yo creía. De que no todo el mundo, al contrario de mi, podía decir que era feliz y afortunado en la vida y cuando digo afortunado, deshecho totalmente connotaciones económicas o materiales, simplemente me refiero a sentirse querido, protegido y formar parte de una familia. Justo en ese momento en el que me encontraba, salieron los campamentos de trabajo y sin quererlo mi atención se fue directamente al Polígono Sur de Sevilla, conocido coloquialmente como “las 3000”. Y… ¿qué me mejor lugar que este para vivir experiencias jamás pensadas, conocerme a mi misma y saber qué soy capaz de dar y de recibir? Gracias a esto, hoy día puedo contar mi experiencia no por cosas que escucho y veo en la tele o que la gente dice, sino que lo hago poniendo caras, nombres, vivencias y sentimientos a cada una de mis palabras.
Al principio cuando llegue, no lo voy a negar, sentí miedo. Miedo por no saber afrontar ciertas situaciones, miedo por juzgar antes de conocer y que esos prejuicios no me permitiesen disfrutar de la experiencia. Pero fue suficiente un solo un día para dejar a un lado mis miedos e inseguridades y abrir mi mente y corazón a esos niños. Soy incapaz de plasmar con palabras, cómo día a día te olvidas de donde y con quién estas, no te importa ni piensas en nada, simplemente disfrutas. Disfrutas con una mirada, con una sonrisa, con un “te quiero maestra”, con un “no sus vayáis”. Cada día para mí era una superación constante ya que sentía que nunca les daba a los niños lo mismo que yo recibía de ellos. Por mucho que yo les entregaba, ellos te hacían sentir tan feliz, tan llena de paz y de vida… Cuando quise darme cuenta, habían pasado dos semanas, ¡tan solo dos semanas! y parecía que llevaba allí toda mi vida… La despedida en la mayoría de los casos fue dura y triste pero la mía no, ya que para mí no fue un final de una experiencia sino el comienzo de muchas más y un… ¿Y AHORA QUÉ?
No hay día que pase en el que no acuerde de alguno de los niños, de las familias, de mis compañeras… Esta experiencia me ha ayudado a valorar más lo que tengo y a cuidarlo mejor, a apreciar cosas a simple vista insignificantes pero en el fondo cargadas de valor y a darme cuenta de que en la vida lo que verdaderamente perdura son los actos realizados desde y con el corazón. Para mí esta experiencia ha sido lo mejor y más bonito que he hecho y me volvería a ir una y otra vez sin dudarlo.
En esos días una gran persona me dijo “dicen que la realidad supera la ficción ¿no?”. Puedo decir que así mismo es. Para finalizar, solo pretendo con este relato animar a aquellas personas que están indecisas y les da miedo descubrir a que lo hagan, ya que no solo te ayuda a formarte y crecer como persona sino también como maestros/as que seremos en un futuro.
Susana Sánchez Salazar