Reseña Ejercicios Espirituales
Lugar: El puerto de Santa María (Cádiz)
JORNADAS DE EJERCICIOS ESPIRITUALES
El pasado 19 de febrero se celebraron los ejercicios espirituales organizados en el Puerto de Santa María (Cádiz) a cargo de la compañía de Jesús. Estos ejercicios no solo sirven para reflexionar y repensar, sino también para compartir una experiencia inolvidable. Esto nos ha llevado a descubrirnos a nosotros mismos, la forma de ver las cosas, nuestra actitud hacia los demás; en definitiva, lo verdaderamente importante y auténtico: qué podemos hacer por y para los demás.
Existen diferentes tipos de ejercicios espirituales y en nuestro caso nos iniciamos en los más reconocidos: los Ignacianos. Estos prácticas espirituales consisten en oraciones, meditaciones, paseos, silencios, descansos y lecturas orientados a crear un clima donde el espacio y el tiempo nos ayuden a encontrarnos con Dios y con nosotros mismos.
San Ignacio de Loyola entendía los ejercicios espirituales como una forma de examinar la conciencia, de meditar, de razonar, de contemplar; todo modo de preparar y disponer el alma, para quitar todas las afecciones desordenadas (apegos, egoísmos, ...) con el fin de buscar y hallar la voluntad divina.
Lo que se pretende con estos ejercicios es ordenar nuestra vida. El pasar unos días donde nos paremos a pensar y estar con nosotros mismos, algo que nos ayude a comprendernos mejor, lo que nos pasa y lo que pasa a nuestro alrededor. Todo bajo el silencio exterior, el cual sólo se rompe en el momento del acompañamiento, donde una persona que nos presta su ayuda para realizar una búsqueda conjunta de sentido de nuestra vida, invitándonos a vivir con una mayor profundidad. Nos aporta una luz en nuestra vida siendo nosotros quienes lo decidimos, nos muestra un camino siendo nosotros quienes decidimos recorrerlo, nos abre otras posibilidades pero somos nosotros quienes escogemos.
Era la primera vez que decidíamos asistir a unas jornadas de ejercicios espirituales y no os podéis ni imaginar el grado de ilusión y nerviosismo que teníamos. La mayoría nos habíamos informado previamente de en qué consistían los mismos, pero todos teníamos claro que no sería lo mismo que vivirlos.
Fueron 4 horas de viaje desde que salimos de Úbeda hasta la llegada a la casa “El madrugador” en el Puerto de Santa María, donde surgieron multitud de conversaciones que giraban entorno al qué nos llevó allí, algo que nos ayudó a conocernos un poco mejor.
Antonio J. Ordóñez fue el encargado de darnos la bienvenida a las 27 personas que formaríamos parte de estas jornadas (llegados desde Sevilla, Puerto de Santa María y Úbeda) y de hacernos una pequeña introducción a los ejercicios espirituales que iban a comenzar. Nos habló de conceptos que oiríamos hablar mucho durante durante los siguientes días:
Tras todo esto, el silencio exterior nos invadió. Al principio resultaba una sensación extraña a la que poco a poco te ibas acostumbrando y entendías el por qué de este silencio. Era la única forma de hacer que surgieran en nuestro interior todas esas sensaciones, sentimientos, preguntas, etc., que nos harían acercarnos al objetivo de estos ejercicios, el encontrarnos con Dios y con nosotros mismos.
En esos días pusieron una semilla en nuestra vida, nuestra alma y en nuestro estar con Dios. Esta semilla como dice el evangelio “duerma o se levante el sembrador, de noche o de día, brota y crece, sin que él sepa cómo”. Semilla que como un grano de mostaza, que es tan pequeño, crece y se convierte en un árbol grande, es decir, se convierte en la fuerza animadora de toda nuestra vida en fe.
Agradecer desde aquí al departamento de Pastoral de nuestro Centro Universitario por brindarnos esta oportunidad de la que estoy seguro que jamás olvidaremos, y a todas aquellas personas que nos hicieron estar como en casa durante esos días, que nos escucharon, nos aconsejaron y nos hicieron “vivir para soñar”.
Para acabar, me gustaría compartir una última reflexión: “Debemos de contagiar la alegría de lo sencillo para contribuir a la creación de un mundo más humano”.
Manuel Extremera de la Torre
1º Educación In
El pasado 19 de febrero se celebraron los ejercicios espirituales organizados en el Puerto de Santa María (Cádiz) a cargo de la compañía de Jesús. Estos ejercicios no solo sirven para reflexionar y repensar, sino también para compartir una experiencia inolvidable. Esto nos ha llevado a descubrirnos a nosotros mismos, la forma de ver las cosas, nuestra actitud hacia los demás; en definitiva, lo verdaderamente importante y auténtico: qué podemos hacer por y para los demás.
Existen diferentes tipos de ejercicios espirituales y en nuestro caso nos iniciamos en los más reconocidos: los Ignacianos. Estos prácticas espirituales consisten en oraciones, meditaciones, paseos, silencios, descansos y lecturas orientados a crear un clima donde el espacio y el tiempo nos ayuden a encontrarnos con Dios y con nosotros mismos.
San Ignacio de Loyola entendía los ejercicios espirituales como una forma de examinar la conciencia, de meditar, de razonar, de contemplar; todo modo de preparar y disponer el alma, para quitar todas las afecciones desordenadas (apegos, egoísmos, ...) con el fin de buscar y hallar la voluntad divina.
Lo que se pretende con estos ejercicios es ordenar nuestra vida. El pasar unos días donde nos paremos a pensar y estar con nosotros mismos, algo que nos ayude a comprendernos mejor, lo que nos pasa y lo que pasa a nuestro alrededor. Todo bajo el silencio exterior, el cual sólo se rompe en el momento del acompañamiento, donde una persona que nos presta su ayuda para realizar una búsqueda conjunta de sentido de nuestra vida, invitándonos a vivir con una mayor profundidad. Nos aporta una luz en nuestra vida siendo nosotros quienes lo decidimos, nos muestra un camino siendo nosotros quienes decidimos recorrerlo, nos abre otras posibilidades pero somos nosotros quienes escogemos.
Era la primera vez que decidíamos asistir a unas jornadas de ejercicios espirituales y no os podéis ni imaginar el grado de ilusión y nerviosismo que teníamos. La mayoría nos habíamos informado previamente de en qué consistían los mismos, pero todos teníamos claro que no sería lo mismo que vivirlos.
Fueron 4 horas de viaje desde que salimos de Úbeda hasta la llegada a la casa “El madrugador” en el Puerto de Santa María, donde surgieron multitud de conversaciones que giraban entorno al qué nos llevó allí, algo que nos ayudó a conocernos un poco mejor.
Antonio J. Ordóñez fue el encargado de darnos la bienvenida a las 27 personas que formaríamos parte de estas jornadas (llegados desde Sevilla, Puerto de Santa María y Úbeda) y de hacernos una pequeña introducción a los ejercicios espirituales que iban a comenzar. Nos habló de conceptos que oiríamos hablar mucho durante durante los siguientes días:
- Los puntos de oración, siendo estos pequeñas indicaciones que nos iban a dar durante los ejercicios, con el fin de acercarnos al Señor y tener un encuentro de un amigo con otro amigo
- El acompañamiento, momento en el que podríamos hablar de forma tranquila con nuestro acompañante asignado.
- El espacio, haciéndonos hincapié en que este debíamos de hacerlo nuestro. Un lugar tranquilo, cómodo, donde pudiéramos encontrarnos con el Señor.
- El tiempo, dejándonos libertad para elegir por nosotros mismos el tiempo que querríamos dedicar al trabajo de los puntos de oración.
Tras todo esto, el silencio exterior nos invadió. Al principio resultaba una sensación extraña a la que poco a poco te ibas acostumbrando y entendías el por qué de este silencio. Era la única forma de hacer que surgieran en nuestro interior todas esas sensaciones, sentimientos, preguntas, etc., que nos harían acercarnos al objetivo de estos ejercicios, el encontrarnos con Dios y con nosotros mismos.
En esos días pusieron una semilla en nuestra vida, nuestra alma y en nuestro estar con Dios. Esta semilla como dice el evangelio “duerma o se levante el sembrador, de noche o de día, brota y crece, sin que él sepa cómo”. Semilla que como un grano de mostaza, que es tan pequeño, crece y se convierte en un árbol grande, es decir, se convierte en la fuerza animadora de toda nuestra vida en fe.
Agradecer desde aquí al departamento de Pastoral de nuestro Centro Universitario por brindarnos esta oportunidad de la que estoy seguro que jamás olvidaremos, y a todas aquellas personas que nos hicieron estar como en casa durante esos días, que nos escucharon, nos aconsejaron y nos hicieron “vivir para soñar”.
Para acabar, me gustaría compartir una última reflexión: “Debemos de contagiar la alegría de lo sencillo para contribuir a la creación de un mundo más humano”.
Manuel Extremera de la Torre
1º Educación In