Campo de Trabajo Atalaya Burgos
A lo largo de nuestra vida podemos vivir situaciones que nos llevan a moldear nuestra visión del mundo; experiencias que marcan nuestra esencia, nuestro camino y nuestra capacidad tanto de conocernos a nosotros mismos como a los demás.
En el mes de Julio de este año, me brindaron la oportunidad de vivir una de las experiencias más bonitas e importantes de mi vida, que a su vez, ha marcado en mí un antes y un después. Todo comenzó cuando una profesora de la Universidad me habló de los Campos de Trabajo de Atalaya en Burgos; en ese momento, sentía que necesitaba dar un giro a mi vida, conocer mi interioridad y llenar el vacío que sentía y, para ello, tenía que analizar mis errores y miedos, algo que sólo podía hacer alejándome de todo lo que me rodeaba; buscando nuevas visiones y perspectivas, mirando mi vida desde la distancia y la quietud. Sin olvidar el principal sentido que tenía mi partida, sentir el calor de niños y niñas desamparados y poder otorgarles un pedacito de mi ser.
Me embarqué el 13 de Julio y regresé el día 28 de ese mismo mes , dos semanas plenas, de armonía, paz y felicidad, pero también de llantos y tristeza; viví emociones heterogéneas y comunes, emociones que fluían por sí solas, sin pudor alguno ni ningún tipo de premeditación. Realizábamos refuerzo educativo con niños y niñas de edades comprendidas entre los 3 y los 12 años, de diversas procedencias geográficas y culturales, cuyas condiciones socioeconómicas y familiares eran desfavorables y problemáticas. Recuerdo el caso de un niño de 7 años que un día llegó al aula sin capacidad para articular palabra, estaba nervioso y su mirada estaba perdida; la causa radicaba en que su padre lo había echado de casa la noche anterior. Este niño había dormido en la calle y estaba en estado de shock; es injusto que un niño tenga que vivir ese tipo de situación, quedando marcada su infancia. Procurábamos darle todo el cariño y autoestima posible, que jugara con sus compañeros y viviese, aunque solo fuese por unas horas al día, la vida que todo niño debería tener. Es cierto que este niño, a modo de ejemplo, puesto que por desgracia son muchos los casos que abundan en nuestra sociedad, tiene y tendrá una vida repleta de dificultades, pero yo me quedo con su carita de felicidad, con la ilusión que desprendía a través de su mirada y su sonrisa durante su estancia con nosotros y demás niños, ya que soy de las que piensan, en contra de opiniones contrarias, que la labor desempeñada en esas dos semanas y la labor que realizan otros profesionales con estos niños afianzará valores humanos en ellos, por poquitos que sean, pero necesito creer que hemos sembrado en ellos una pizca de felicidad, esperanza y buenos recuerdos. Los recursos y materiales disponibles eran escasos, pero no necesitábamos mucho más, las ganas, la motivación y la innovación estaban patentes entre nosotros; siempre había alguna idea y actividad para realizar, y para estos niños todo valía, unos trapos rasgados eran suficientes para realizar una obra de teatro, porque cada día dábamos los buenos días a los discentes con representaciones teatrales sobre el medio ambiente. Así empezaba la jornada, para continuar con apoyo escolar, comedor, piscina y juegos.
Por otra parte, viví en primera persona el trabajo en un comedor social. Actualmente estamos acostumbrados a visualizar y escuchar en los medios de comunicación cómo la crisis está acechando a un gran número de familias, cada día son más las personas que se quedan sin hogar y sin recursos para poder subsistir; pero una cosa es tener un conocimiento desde la distancia y otra es poder sentir el dolor y sentimientos de esas personas; sus caras reflejaban tristeza, desesperación, vergüenza, furia…rostros reales, existentes, ya que es obvio que muchos colectivos no se hacen cargo ni sienten la necesidad de concienciarse con esta desastrosa situación. Una mañana, tras servir la comida a un hombre de mediana edad, sentí unas enormes ganas de llorar, no sabía si era de tristeza o de felicidad, tristeza por la situación que tenía ese hombre en su vida o felicidad por las palabras que me dijo; sus palabras fueron humildes, simples, pero para mí fue suficiente: me dijo “hija cuídate”. ¿Cómo puede ser que este hombre tuviera las ganas y la empatía para decirme eso? agradecimiento y bondad, ¿Cuántas personas a lo largo del día te dicen eso?
Todos los días dedicábamos un par de ratos a la oración, en la mañana y en la noche; reflexionábamos sobre nuestros quehaceres diarios, qué situaciones nos habían producido tristeza, que situaciones nos habían producido alegría, que sentíamos…Un domingo por la mañana, a la semana de estar allí, realizamos una dinámica de grupo que consistía en describir de manera individual como nos estábamos sintiendo y que sensaciones teníamos. En ella me di cuenta del sentido real de todo aquello. No solo estábamos ayudando a niños y a personas en el comedor social, sino que también nos estábamos ayudando a nosotros mismos, a conocer nuestros miedos, a mirar nuestro interior, a descubrir nuestros sueños y hacia donde queríamos mirar. Una compañera contó una experiencia profunda, íntima, algo que la había conducido hasta allí. Se abrió a nosotros, nos mostró su corazón y sacó todo lo que tenía guardado desde hacía mucho tiempo. Tras esto, todos hicimos lo mismo, hubo lágrimas y risas, complicidad, cariño y finalmente una sensación de bienestar y serenidad compartida. No solo me llevo el cariño y el recuerdo de esos niños, sino que también me llevo grandes amigos, personas que me han aportado tanto o más que otras que ya conocía en tan solo dos semanas; eran 24 horas al día, juntos como una familia.
Finalmente llegó la despedida, profunda e inolvidable; muchas lágrimas y abrazos, palabras de agradecimiento y admiración; fue duro y emotivo, volvíamos a nuestra realidad, a nuestra vida. Al volver a casa me sentía extraña, había pasado las últimas dos semanas conviviendo con 30 personas, gente similar a mí, y me habían aportado tanto… Sin duda alguna recomendaré este tipo de experiencias siempre. La semilla que mis compañeros y los niños habían dejado en mí se puede visualizar a primera vista, me siento distinta, feliz, mi visión sobre la vida y los problemas ha cambiado.
María Lumbreras Posadas
En el mes de Julio de este año, me brindaron la oportunidad de vivir una de las experiencias más bonitas e importantes de mi vida, que a su vez, ha marcado en mí un antes y un después. Todo comenzó cuando una profesora de la Universidad me habló de los Campos de Trabajo de Atalaya en Burgos; en ese momento, sentía que necesitaba dar un giro a mi vida, conocer mi interioridad y llenar el vacío que sentía y, para ello, tenía que analizar mis errores y miedos, algo que sólo podía hacer alejándome de todo lo que me rodeaba; buscando nuevas visiones y perspectivas, mirando mi vida desde la distancia y la quietud. Sin olvidar el principal sentido que tenía mi partida, sentir el calor de niños y niñas desamparados y poder otorgarles un pedacito de mi ser.
Me embarqué el 13 de Julio y regresé el día 28 de ese mismo mes , dos semanas plenas, de armonía, paz y felicidad, pero también de llantos y tristeza; viví emociones heterogéneas y comunes, emociones que fluían por sí solas, sin pudor alguno ni ningún tipo de premeditación. Realizábamos refuerzo educativo con niños y niñas de edades comprendidas entre los 3 y los 12 años, de diversas procedencias geográficas y culturales, cuyas condiciones socioeconómicas y familiares eran desfavorables y problemáticas. Recuerdo el caso de un niño de 7 años que un día llegó al aula sin capacidad para articular palabra, estaba nervioso y su mirada estaba perdida; la causa radicaba en que su padre lo había echado de casa la noche anterior. Este niño había dormido en la calle y estaba en estado de shock; es injusto que un niño tenga que vivir ese tipo de situación, quedando marcada su infancia. Procurábamos darle todo el cariño y autoestima posible, que jugara con sus compañeros y viviese, aunque solo fuese por unas horas al día, la vida que todo niño debería tener. Es cierto que este niño, a modo de ejemplo, puesto que por desgracia son muchos los casos que abundan en nuestra sociedad, tiene y tendrá una vida repleta de dificultades, pero yo me quedo con su carita de felicidad, con la ilusión que desprendía a través de su mirada y su sonrisa durante su estancia con nosotros y demás niños, ya que soy de las que piensan, en contra de opiniones contrarias, que la labor desempeñada en esas dos semanas y la labor que realizan otros profesionales con estos niños afianzará valores humanos en ellos, por poquitos que sean, pero necesito creer que hemos sembrado en ellos una pizca de felicidad, esperanza y buenos recuerdos. Los recursos y materiales disponibles eran escasos, pero no necesitábamos mucho más, las ganas, la motivación y la innovación estaban patentes entre nosotros; siempre había alguna idea y actividad para realizar, y para estos niños todo valía, unos trapos rasgados eran suficientes para realizar una obra de teatro, porque cada día dábamos los buenos días a los discentes con representaciones teatrales sobre el medio ambiente. Así empezaba la jornada, para continuar con apoyo escolar, comedor, piscina y juegos.
Por otra parte, viví en primera persona el trabajo en un comedor social. Actualmente estamos acostumbrados a visualizar y escuchar en los medios de comunicación cómo la crisis está acechando a un gran número de familias, cada día son más las personas que se quedan sin hogar y sin recursos para poder subsistir; pero una cosa es tener un conocimiento desde la distancia y otra es poder sentir el dolor y sentimientos de esas personas; sus caras reflejaban tristeza, desesperación, vergüenza, furia…rostros reales, existentes, ya que es obvio que muchos colectivos no se hacen cargo ni sienten la necesidad de concienciarse con esta desastrosa situación. Una mañana, tras servir la comida a un hombre de mediana edad, sentí unas enormes ganas de llorar, no sabía si era de tristeza o de felicidad, tristeza por la situación que tenía ese hombre en su vida o felicidad por las palabras que me dijo; sus palabras fueron humildes, simples, pero para mí fue suficiente: me dijo “hija cuídate”. ¿Cómo puede ser que este hombre tuviera las ganas y la empatía para decirme eso? agradecimiento y bondad, ¿Cuántas personas a lo largo del día te dicen eso?
Todos los días dedicábamos un par de ratos a la oración, en la mañana y en la noche; reflexionábamos sobre nuestros quehaceres diarios, qué situaciones nos habían producido tristeza, que situaciones nos habían producido alegría, que sentíamos…Un domingo por la mañana, a la semana de estar allí, realizamos una dinámica de grupo que consistía en describir de manera individual como nos estábamos sintiendo y que sensaciones teníamos. En ella me di cuenta del sentido real de todo aquello. No solo estábamos ayudando a niños y a personas en el comedor social, sino que también nos estábamos ayudando a nosotros mismos, a conocer nuestros miedos, a mirar nuestro interior, a descubrir nuestros sueños y hacia donde queríamos mirar. Una compañera contó una experiencia profunda, íntima, algo que la había conducido hasta allí. Se abrió a nosotros, nos mostró su corazón y sacó todo lo que tenía guardado desde hacía mucho tiempo. Tras esto, todos hicimos lo mismo, hubo lágrimas y risas, complicidad, cariño y finalmente una sensación de bienestar y serenidad compartida. No solo me llevo el cariño y el recuerdo de esos niños, sino que también me llevo grandes amigos, personas que me han aportado tanto o más que otras que ya conocía en tan solo dos semanas; eran 24 horas al día, juntos como una familia.
Finalmente llegó la despedida, profunda e inolvidable; muchas lágrimas y abrazos, palabras de agradecimiento y admiración; fue duro y emotivo, volvíamos a nuestra realidad, a nuestra vida. Al volver a casa me sentía extraña, había pasado las últimas dos semanas conviviendo con 30 personas, gente similar a mí, y me habían aportado tanto… Sin duda alguna recomendaré este tipo de experiencias siempre. La semilla que mis compañeros y los niños habían dejado en mí se puede visualizar a primera vista, me siento distinta, feliz, mi visión sobre la vida y los problemas ha cambiado.
María Lumbreras Posadas